Habitado por Arawak del Pechilín para el norte, y por Zenúes del Pechilín para el sur, el Morrosquillo, como el resto de la costa norte, va a ser testigo de la invasión Karib y de la primera fusión de razas, pueblos y culturas.

De esa fusión se originaron los Yurbacos y Balsillas que habitarán las costas del actual canal de Salamanquilla, San Onofre, toda la serranía de San Jacinto hasta Morroa y Sincelejo. Los Finzenúes, descendientes de los Zenúes, ocuparán del Pechilín hasta Cispatá, Tuchín, Chimá, Arachi, Los Vidales, Sampués, Chinú, Tacasuán y parte de la Mojana.

No bien asimilados aún los valores de la fusión Arawak-Karib, los españoles sientan sus reales en los dominios zenúes , saquenado tumbas, imponiendo leyes, religión y sangre. Los Finzenúes que habían hecho de la otra vida la justificación de su existencia, al ver profanados sus cementerios – puerta hacia el más allá – quedan desorientados, sumidos en el desconcierto, y sin valores trascendentales que avalen su lucha por la vida, son presa fácil de la depresión y la tristeza. Esa nueva mezcla indio-español empieza a hacer corriente en el Golfo. Y en medio de la dolorosa aceptación, cuando el indio veía destruido su más allá por quienes les hablaban del mismo más allá, una nueva carga de sangres, razas y culturas se avalancha contra el naciente mestizaje, con más prematura y justificación que la del español y genéticamente más poderosas: las del negro africano que establece el palenque del Torobé entre los Balsillas y el de San Antero entre los Finzenúes.

Desde entonces, y desde el Morrosquillo, empieza el lento caminar de un pueblo en formación y de una cultura en transición. El blanco tratando de conservar su dominio, el negro su independencia y el indio sus valores ancestrales.

Pero, para adaptarse, todos han tenido que hacer concesiones de la más diversa índole: vitales las unas, existenciales las otras, funcionales las más.

El blanco sin el negro y sin el indio no hubiera podido administrar sus haciendas ni consolidar sus empresas. El negro sin el blanco no hubiera podido vender su trabajo y comprar su libertad, y sin el indio no hubiera aprendido el manejo de materiales y técnicas de una tierra desconocida. Y el indio, una vez sometido, trabaja y produce en función del blanco.

Desde el Morrosquillo, Poblamiento del Interior de Sucre

Santiago de Tolú se convierte en el puerto abastecedor de guaqueros, hacendados y colonos, y en el punto de partida de las expediciones que determinarán los primeros asentamientos europeos: Toluviejo, Pileta, Albania, Las Llanadas, en donde todavía se conservan núcleos químicamente españoles.

Los negros, traídos para quedarse, se establecen en la zona costera y desde sus palenques, respondiendo a sus necesidades, son ya pescadores, ya agricultores, ya constructores o transportadores.

Los indios, descendientes o sobrevivientes, se repliegan a la montaña y empiezan una vertical readaptación, sin nexos precisos con su pasado y sin ninguna confianza en el futuro.

Así, aparentemente divorciada, pero llevando dentro de sí el germen de la futura identidad, va nuestra tri-etnia prospectándose en su tiempo y en su espacio.