Hasta hace cinco décadas, a espaldas del desespero moderno, Tolú vivía su quietud secular entre manglar y ola mientras como una marsopa varada en su playa de olvido, aleteaba cada año con sus días rituales y su fiesta patronal que evocan toda una tradición de varios siglos, vulnerable sin duda al impacto del turismo creciente al que hay que educar y exigirle respeto cultural, pues hasta en otros tiempos, más de un sacerdote y de un obispo, incomprendieron o vetaron el evento sacro por el viso pagano que aparenta.